Para muchos es imposible que un pibe de su edad juegue con la serenidad y la simpleza de alguien que disfrutaba en un potrero. Pero esa sencillez lo describen como persona y respaldan la desconocida historia de Enzo Fernández en las inferiores de River. Un gesto con un compañero que habla de sus valores como ser humano.
A tan corta edad, Enzo Fernández pudo ser uno de los conquistadores de la Copa del Mundo. Hoy es uno de los nombres por los que se pelean los grandes de Europa. Comenzó desde abajo y con mucho sacrificio. Desde sus días en las divisiones juveniles de River, ya demostraba su calidad para jugar al fútbol pero, también, su bondad con los demás.
Por aquellos días en los que Enzo comenzaba a dar sus pasos como jugador de la Octava de River, se hizo amigo de uno de sus compañeros, Imanol Segovia. Este último era proveniente de la provincia de Misiones. Claramente, al igual que el volante, se encontraba en la lucha por el sueño de jugar en la primera del club de sus amores.
Como le ocurriría a Fernández más adelante, Segovia fue apartado de las Inferiores y se le comunicó que debería buscar lugar en otra parte. La triste determinación le demandaba al misionero regresar a sus pagos por falta de dinero. Y, prácticamente, resignar el anhelo de su vida en el fútbol. Pero Enzo tuvo un gesto impagable y que nadie conocía.
Sin consultar con sus padres, lo invitó a vivir en su casa en San Martín mientras buscaba otro club. De hecho, la familia de Enzo fue quien acompaño a Imanol a probarse en Racing donde finalmente quedaría. El destino los volvería a encontrar en el Sub-17 donde compartieron habitación. Una historia que marca que, para ser un gran campeón, también hay que ser una gran persona. ¡InmENZO!