El 2025 fue un año fallido tanto para River como para Boca. Ninguno logró cumplir los objetivos deportivos planteados al inicio de la temporada y ambos quedaron lejos del nivel que exige su historia. Sin embargo, más allá del resultado final, la verdadera diferencia aparece en la forma en la que cada club procesó el golpe, interpretó el error y empezó a proyectar el futuro inmediato.
En el clásico rival, el fracaso funcionó como un punto de quiebre. La dirigencia y el cuerpo técnico asumieron que los problemas no eran aislados ni producto de la mala suerte, sino consecuencia de un ciclo desgastado. Hubo autocrÃtica, decisiones incómodas y una depuración del plantel que, aunque costosa, dejó un mensaje claro: se vienen fuertes cambios de cara al 2026.
River, en cambio, eligió una interpretación más conservadora del mismo escenario. El respaldo a Marcelo Gallardo se mantuvo incluso cuando el equipo mostró señales evidentes de desgaste futbolÃstico y emocional. Las decisiones fuertes se postergaron, los referentes se sostuvieron más por historia que por presente y el fracaso se explicó como una situación transitoria. Esa falta de reacción inmediata profundizó las dudas en el cierre del año.
La diferencia se nota en el clima con el que cada club llega a diciembre. Boca cerró el 2025 con menos ruido interno, y apuntando los cañones a la Copa Libertadores. Por su parte, en Núñez se mantienen los interrogantes, con una necesidad de ajustar tuercas y la percepción de que el tiempo perdido puede pasar factura en el arranque de un año distinto.
River no reaccionó a tiempo y tendrá un año distinto al imaginado
Boca, con errores y todo, reaccionó a tiempo: corrigió, ajustó y cerró el año con un objetivo mayor en el horizonte, la Copa Libertadores. River, en cambio, pagó caro su demora para aceptar el fracaso y hoy mira el 2026 desde un escalón más abajo, obligado a conformarse con la Sudamericana.


